Enlodado en las penurias del cuerpo
de este cuerpo de tierra y de escupo,
sofocado, ahogado
en el vómito del cínico pensamiento.
¿Cuántos estómagos tengo bajo el cráneo?,
¿cuántas historias terroríficas regurgita el encéfalo?
Soy un hombre vestido de serpiente,
cuya piel va quedando rezagada
entre sábanas oscuras y abortos de estelares luceros.
No hay mayor castigo que la sentencia propia
ni mayor descubrimiento
que el de uno mismo:
perro, escorpión, poliedro
hombre, leopardo y semidios.
Las cárceles del alma:
construidas de relojes perdidos,
adornadas con flores marchitas
y treinta y seis noches desperdiciadas.
Las cárceles del alma:
se incrustaron bajo la superficie del pecho
afilaron las costillas
perforaron los pulmones
miraron de reojo al corazón abúlico
y siguieron de largo
para establecerse en la espalda,
allí donde ambas manos son lerdas
he inofensivas.
En los patios de este templo,
hay algunos mercaderes y unas tantas prostitutas,
los pasillos son oscuros
pues los gobierna la sombra
y yo allí resido, y yo allí me escondo
sofocado, ahogado, feroz y melancólico,
satisfecho y hambriento.
¿Quién podrá rescatar al hombre fragmentado?,
¿quién podrá salvarlo de sí mismo?
Primero habrá que limpiar el establo,
descender
descender
descender
descender
descender
descender
descender
descender
descender
descender
descender
y arrodillado en el abismo
encender.”
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