Yo sabía que, todo
lo que fue tan profundo y nocturno
en un instante
trágico habría de acabar seco
en la superficie banal
del día y la mirada.
Con tanta fragilidad
se desprende el pétalo
aunque la raíz lo
llore amargamente, nada puede hacer ella
por retener lo que
ahora es del viento y la marejada.
Amores como este
(espontáneos y turbulentos)
solo han de
merecer desenlaces macabros y violentos,
vidas épicas son
bendecidas con muertes épicas.
Tú con tu vestido
celeste y yo con mi corbata color fuego
ambos bailamos brevemente
en el escenario imparcial
de las calles, los
secretos y los senderos.
Son flores que
despuntaron con la sentencia de una efímera existencia
¡a cuantas dosis
de voluntaria violencia… nuestros labios se entregaron!
Nadie lo supo, más
que el río, las plazoletas del pasado, las veredas y el cielo.
Nuestros reinos colisionaron,
nos invadimos el uno al otro
las murallas nunca
existieron, y reinamos juntos en la incertidumbre.
Las almas quedaron
amarradas bajo la sombra perpetua del árbol fantasioso
aunque los cuerpos
se distanciaron,
hay hilos de sangre,
cadenas de orgasmos.
Allí nos quedamos
a vivir para siempre,
en silencio porque
desbordamos el lenguaje.
Allí nos quedamos
a vivir para siempre,
bailando, mirándonos
hasta traspasar la pupila y navegar en lo inconsciente.
Ahora vivimos una
vida fingida, consciente de todo
excesivamente
racionales, como actores de una obra escasamente inspirada.
Todo está bien de
seguro, todo en su sitio correcto ¿no es cierto?
todo normal, todo
cotidiano, todo en demasía real y mundano.
La locura nos la
hemos bebido balanceada en un trago de wiski,
un viernes por la
noche después del estallido.
Yo sabía que, al
final de nuestros días
yo te escribiría y
tú me leerías,
no hay mejor forma
de penetrarte
y quitarte un
suspiro.
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