¿Es el ser humano, por naturaleza, bueno o malo?, ¿o nace con una
impronta neutra, pero con la cierta potencia del bien y la cierta potencia del
mal?, ¿y qué hay de lo que cae en los terrenos fértiles de su mente y de sus
manos? Todo lo dispuesto y construido por el hombre tiende a pervertirse, así como
se pervierte el mismo hombre con el transcurso del tiempo. La política no
escapa a tal veredicto. Los “asuntos de la ciudad y de los ciudadanos”, el arte
racional y dialógico de la organización de la vida en las polis, cuya
finalidad es que todos sus integrantes vivan en las mejores condiciones posibles
y que este buen vivir perdure en el tiempo (el bien común y cronológico) tiene
una clara tendencia a pervertirse y transformarse en un arte degradado. En un
ejercicio animalesco y salvaje del desorden, las argucias, las deslealtades y
los ataques personales (el bien personal por sobre el bien común).
En su Ética a Nicómaco y Política, Aristóteles ya advertía que
el buen político debe poseer virtud ética, prudencia y compromiso con el
bien común, que la finalidad de este ejercicio no es simplemente el poder,
sino la vida buena en común. Montesquieu por su parte, señala que la libertad
se conserva en base al equilibrio entre poderes y el respeto a las formas
republicanas; cuestión que se traduce en la evitación de todo tipo de
violencia, entre ellas la discursiva. Nos dijo también Hannah Arendt que la
política es el encuentro de lo plural y no el lugar de la mentira.
Sin embargo, hoy somos testigos desafortunados del desencuentro
continuo, del chisme y las peleas vulgares que se generan entre las dos
derechas chilenas. Alguien ha partido la torta en dos trozos, alguien ha dejado
caer una cortina de hierro entre la derecha tradicional (Evópoli, RN y la UDI) y
la nueva derecha (Republicanos y Nacional libertarios). La diferencia es
evidente y solo un miope político no la vería. No solo fue la incapacidad de
acuerdos para primarias internas ni para levantar una sola lista parlamentaria,
la rivalidad y enemistad se ha profundizado hasta el punto de la ofensa íntima
y la mentira. Evelyn Matthei ha sido víctima de este tipo de violencia: la
llamaron enferma, incapacitada para gobernar; no atacaron las ideas ni el
contenido, atacaron las formas y al individuo. Y muchos desde la comodidad
del anonimato virtual. Han querido deshacerse completamente de ella, acabar con
su figura y con lo que ella representa; una derecha convocante, racional y
valiente, porque la verdadera valentía reside en la capacidad de dialogar con
el que piensa distinto y distante y no en caer en el facilismo instintivo de la
agresión. Pero hay quienes se han cansado de dialogar y negociar, porque en el
dialogo existe la probabilidad de reconocer al otro; pero ellos solo pretenden
reconocerse, escucharse y hasta idolatrarse a sí mismos. Son la nueva
generación de patriotas, héroes de Chile.
El arte político consiste en construir puentes que favorezcan el
acercamiento de aquellos que piensan distinto, no en cavar trincheras. Pero en
las manos - y en las fauces - de quienes pretenden devaluar el dialogo, este
arte se convierte en un acto vulgar y ordinario cuyo único propósito es el
sometimiento, el miedo y la erradicación del otro… aunque este otro se siente
en tu misma mesa.
¿Será acaso que la política saludable, virtuosa y en buena lid es solo
una utopía?
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